Por Hyranio Garbho
Las claves de comprensión del
Secreto de Las Runas de Guido von List se despliegan a partir de la
inteligencia de tres nociones o conceptos fundamentales de su filosofía. Estas nociones están íntimamente vinculadas
entre sí y son transversales a toda la
obra listiana a partir del Bücherei.
Estos conceptos son, primero, los tres niveles de comprensión del todo
-los que están sujetos, a su vez, a las tres fases fundamentales del ciclo
natural de todas las cosas, las cuales son el nacimiento, desarrollo, muerte y
renacimiento; segundo, la dualidad, trinidad y multiplicidad en que parece
desenvolverse siempre la "unidad" del todo; y tercero, la ley
interior de todo cuanto existe en ambos planos de la realidad, ley cuya forma
se expresa en la noción de Destino (Schicksal). Todos los temas tratados y
desarrollados en profundidad -e incluso aquellos que son tocados sólo
tangencialmente- están abordados desde esta triple óptica de comprensión, fuera
de la cual, además, no es posible hacer inteligencia alguna del Secreto de Las
Runas.
De acuerdo con el planteamiento de
List todo cuanto hay en el universo está sujeto a un proceso o ciclo permanente
de transformaciones y cambio. Este
proceso describe tres fases fundamentales -Nacer, Desarrollarse y Perecer para
Volver a Nacer nuevamente. En la última
de estas fases (el perecer para nacer nuevamente) este proceso delinea una
ascensión que da cuenta de un ciclo en espiral, por lo que la concepción del
tiempo fundamental en List no supone una cadena en círculo, al modo griego o
nietzscheano, sino un ciclo de transformaciones en el que cada renacimiento
supone un ascenso o conquista que determina la necesidad del cumplimiento de
esta última fase.
Ese proceso o ciclo ha sido
precisado por nosotros en la fórmula del Venir-al-Ser, Permanecer-en-el-Ser y
Abandonar-el-Ser para Venir-al-Ser nuevamente. En la propuesta listiana el
"nacimiento" marca una fase del proceso que bien puede describirse en
la fórmula del ex-nihilo. En efecto,
dado que se trata de una ascensión en el espiral cada nuevo "nacimiento"
marca a un "ser" que no era antes, en la medida que no repite ni
puede repetir al "ser" precedente, sujeto como está a ascender y no a
circular. Por eso que este "nacimiento", este "originarse"
(Entstehen) supone más bien la impronta de un movimiento hacia el
"ser" desde un "no-ser" que era antes, y que en el ciclo
precedente necesariamente habría supuesto un desplazamiento desde el
"ser" hacia el "no-ser" (lo que nosotros llamamos el
abandono-del-ser o Tránsito hacia el no-Ser -en alemán, Vergehen). El permanecer-en-el-ser es la etapa del
desarrollo, la actividad, el gobierno; el momento o movimiento visible del
"Ser" en esta dinámica constante que describe la espiral. Pero, de todos modos, es sólo un momento. En
él tiene lugar el Gobierno, la regencia, entendida ésta no desde la trivialidad
exclusiva de los asuntos humanos (sin descontar por ello que pueda implicarlos
en algún sentido, y de forma necesaria), sino, desde la inteligencia sutil de
la esencia de la ley que es Destino.
"Permanecer-en-el-Ser" es, así, "Hacer",
"Actuar" en la órbita del "Gobierno" (en la esfera del autoregirse por la ley que
es Destino); pues todo cuánto tiene lugar en este orden de cosas, todo cuánto
es puesto en movimiento en este plano visible de la realidad (un pensamiento,
una emoción, etc.) puede ser sujetado o reducido a una "acción", a un
"hacer" que tiene como base y fundamento a la "ley que es
destino", que es "Gobierno".
Finalmente, el abandono-del-Ser (Vergehen) para Venir-al-Ser nuevamente
marca un movimiento que va desde el Ser hacia el no-Ser, pero donde este no-Ser
representa un nuevo y simultáneo movimiento hacia un nuevo Ser, al tiempo que
un ascenso en la espiral del ciclo constante de toda realidad. "Abandonar-el-Ser" (Vergehen o
Tránsito hacia el no-Ser) supone,
metafísicamente hablando, perder realidad en el alto sentido de esta
expresión, esto es, en el que da cuenta de ambos planos de la realidad. Por ello, es tanto "perecer",
"corromper", "decaer", "degradar" como
"desaparecer", "volverse invisible" en el entendido de
instalarse en la "ausencia", en la "nada", en lo que ya no
tiene tiempo (o tiene demasiado tiempo, para expresarnos en un sentido trivial)
y no puede, por tanto, estar sometido a las leyes del tiempo.
Este ciclo permanente es natural.
La ley que lo rige es Destino. Pues todos los seres tienden a él como a su
propio cumplimiento. Pero este ciclo entraña todavía una significación
más. De él se desprenden los tres
niveles de comprensión a que están sujetas todas las cosas. Todos los seres,
todas las cosas, todos los hechos, e incluso todas las palabras, en el devenir
de su desarrollo, pueden explicarse en cualquiera de estos tres niveles de
comprensión; pues todo nace, se desarrolla y decrece. Desde el significado de una palabra, pasando
por el simbolismo de una imagen, o la propia vida de una persona. En la medida en que todo está sujeto a este
ciclo permanente de transformaciones y cambios, todo es susceptible de ser
interpretado en cualquiera de estos tres niveles de comprensión.
Así, la naturaleza de todo cuanto
existe está sujeta a este ciclo perenne de alteraciones y transformaciones.
Pero ese devenir constante, ese eterno proceso de germinaciones, desarrollos,
caídas y renacimientos acontece según una estructura metafísica que da cuenta
de una dualidad, de una trinidad y de una multiplicidad que atraviesa a todos
los seres y por la que todos los seres llegan a ser y dejan de ser en este
ciclo perpetuo.
La dualidad lo envuelve todo y la
dualidad es siempre de contrarios o pares de opuestos: cielo y tierra, día y
noche, masculino y femenino, luz y oscuridad, bien y mal, fuerza y debilidad,
etc. A un nivel de la dualidad, en el
así llamado plano invisible de las cosas, se despliegan los arquetipos,
presididos en la cábala aria por el número Tres que es Uno[1],
común a las tradiciones hindúes y germánica y que da origen en el pensamiento
listiano a la Tríada Triunidad Triunitaria[2].
En el otro nivel de la dualidad, en el plano ligado a la dimensión visible de
las cosas, se despliega la Multiplicidad aparente, la del velo de maya en la
tradición indostánica, que es la de una Multiplicidad que ora confluye en el
uno, ora se dispersa. En el devenir de uno y otro nivel, en el desenvolvimiento
paralelo de los planos Trino y Múltiple, el Secreto de Las Runas se despliega
al modo pontificial de lo comunicante, a la manera de un puente que une y
vincula los mundos, el real y el aparente, el invisible y el visible, en la
forma de un arquetipo que se repite (lo uno en lo múltiple) y que señala el
desplazamiento o movimiento de la transformación eterna, y su réplica o
duplicado en el otro plano de la realidad.
En este orden de ideas El Secreto de Las Runas está asociado a
una Metafísica y a una Tradición. Las
Runas son arquetipos que hacen visible lo invisible; que enseñan y muestran el
movimiento o estado de la transformación del otro plano para actuar en este
plano. De allí que hayan sido usadas también con un sentido mántico; aunque su
fuerte yace en una opera alquímica. Las Runas son así, transmisores de una
realidad del todo desconocida e inaccesible para las atrofiadas mentes de la
Edad Oscura. Ellas poseen la capacidad
de abrirnos a la súper-consciencia del otro mundo, del otro plano, la dimensión
arquetípica donde yace la verdadera esencia de todas las cosas. Pero ellas
ostentan este poder porque en sustancia son la expresión mejor acabada de la
eterna transformación o cambio continuo a que están sujetos todos los
seres. Y esto es así porque ellas son el
fruto de esta transformación, son la inteligencia del ciclo, en la medida en
que su nacimiento tiene por origen la necesidad de captar en este plano el
movimiento del otro. En efecto, antes de ser símbolos grabados en la madera o
en la piedra, las runas supusieron un modo privilegiado de recepción o
captación de la eterna transmutación y su sentido. Dado que existe en los organismos vivos zonas
privilegiadas de recepción de los momentos o desplazamientos del ciclo y
captación natural de su sentido (la clarividencia o alta comprensión), los
sabios antiguos, los skalder primero y luego los minnesänger, comunicaron esto
a través de las posiciones del cuerpo, las que describiendo una figura u otra
se prestaban mejor para la recepción del mensaje o vibración[3]
(pues dicho sea en rigor, el eterno desplazamiento de todas las cosas, a través
de sus tres fases, en todos los seres, vibra). Así, las runas constituyeron
primero ciertas posiciones del cuerpo destinadas a captar el flujo universal,
el eterno movimiento de todo lo que nace, se desarrolla y perece; y a través de
ello el sentido de todo cuanto existe, en la síntesis de dieciocho movimientos
(o runas) que son capaces de dar cuenta de todo acontecer. Luego las posiciones
del cuerpo fueron dibujadas como símbolos y grabadas en la madera o la piedra,
y transformadas en runas[4].
También los chinos pretendieron algo similar con su Libro de Las Mutaciones.
Allí el flujo universal es captado en sesenta y cuatro movimientos, cada uno de
los cuales da lugar a uno de los sesenta y cuatro arquetipos que explican toda
la realidad, tanto la que es manifestada como la que es inmanifestada.
En El Secreto de Las Runas, la captación del
sentido del movimiento del Todo es la condición que hace posible el sentido
mántico y alquímico que subyace en las runas. Pues la captación de ese sentido
es comprensión superlativa y clarividente de la dualidad, la trinidad y la
multiplicidad en que se manifiestan todos los seres y por las que todos los
acontecimientos son posibles. La runa es así inteligencia en este
acontecer del otro acontecer; esto es, visión interior (pues la runa, antes de
ser un símbolo exterior es un arquetipo interno) en este plano de lo decidido
en el otro. Lo que uno ve en sí es la Ley que es Destino. Esa ley esta
inscrita en el Cielo y en la Tierra, esto es, en el arriba y en el abajo (como
versa el primer principio del hermetismo), en el exterior y en el interior, en
el plano visible y en el invisible, en lo manifestado y en lo inmanifestado.
Así, la runa hace visible lo invisible, conecta el exterior con el interior,
informa sobre el flujo de las cosas, y dicta la conducta sensata en este plano
de la realidad. Por ello las runas constituyen un Sistema, esto es, un Futhark,
y no son nunca la mera expresión aislada de símbolos inconexos e
inconcomitantes, capaces de predecir de manera autónoma (esto es, cada uno de
ellos tomados y considerados en forma independiente) una realidad cualquiera
determinada, o un supuesto futuro asociada a ella. Pues las runas operan
solidariamente en confabulación mística, anudando todos los momentos, enlazando
todos los instantes, en la medida en que ellas son expresión del flujo
universal de todo acontecer. Y esta es la sustancia comunicada por El
Secreto de Las Runas, la esencia en ellas descubierta por la obra y la
clarividencia de Guido von List. A esa esencia filosófica List agregará
luego lo descubierto en el campo de un simbolismo mucho más amplio que implica
e involucra a la heráldica, la arquitectura, el paisaje, el folclore germano,
los dichos populares, e incluso el antiguo arte de la repostería alemana
[1] Cfr. Die Hochheilige Drei (GLB 2) p. 14; v. también
para este interesante tema "Dreidimensionales Leben des Menschen (GLB 3)
p. 21
[2] La Triada-Triunidad-Triunitaria es un concepto
listiano que expresa la idea de una Triada de elementos que ora confluyen, ora
se disgregan. Ése es el significado
correcto de esta expresión. Lo que List
quiere marcar con ello es que la "unidad" y la "dispersión"
se dan también al nivel de lo Trino y lo Múltiple (como se ve igualmente con la
idea de la Multiplicidad Multiconforme Multidispersa).
[3] Cfr. Mysterium der Selbstweihe (GLB 1), p. 7. En El Secreto de Las Runas (Versión
castellana de Hyranio Garbho) v. p. 55.
[4] Estas ideas sobre las Runas, como trazos tardíos que
imitaban las posiciones en las que el Cuerpo podía captar mejor el flujo
universal de todo acontecimiento, tienen su origen en uno de los discípulos de
List llamado Friedrich Bernhard Marby.
Este autor condensó sus ideas sobre las runas en una única obra titulada
Marby-Runen-Bücherei, y en una serie
de artículos publicados en las más diversas revistas de la época. En esencia, lo que propone Marby es que el
hombre puede tanto recepcionar como transmitir ondas, y a través de esta
operación puede disponerse en la captación del sentido del flujo eterno
dependiendo de la posición del cuerpo y ciertas influencias planetarias, unidas
ambas al magnetismo de la tierra, la hora del día y la configuración del
paisaje.