lunes, 4 de marzo de 2019

El hallazgo de Kanoth Ark, en torno al misterio de las ruinas de Keneto

Por Hyranio Garbho



Hacia el interior del valle del río Virú, cerca de la hacienda Tomabal, se halla el complejo arqueológico de Keneto. Se trata, al parecer, de un antiguo santuario formado por dos plazoletas de piedras, en cuyos centros se erigen magnificentes dos menhires. El complejo fue descubierto por Rafael Larco Hoyle (según otras versiones, por Marcel Homet) en 1935. Y desde entonces ha maravillado y sorprendido a numerosos investigadores, muchos de los cuales coinciden en que se trata del sitio arqueológico más antiguo de Perú. Más allá de las plazoletas con sus Menhires, y de los caminos de piedra, coronan este magno espectáculo una serie de petroglifos del más variado espectro. Por todas estas razones, y otras muchas, relacionadas con la innegable energía que se percibe en el lugar, fui invitado por mi camarada Eduardo Arancibia, a conocer la región de Keneto. 

El lugar era todo cuanto me habían prometido; y mucho más. En efecto, pese al cansancio que llevábamos, por las dificultades que tuvimos que sortear para llegar al lugar, las intensísimas energías que se concentran allí, podían percibirse ya desde las cercanías. Una vez en Keneto, me llamó poderosísimamente la atención la geometría de las plazoletas y la ubicación, en ella, de los Menhires. Por intuición, sospeché que podía tratarse de las ruinas de un santuario ceremonial, pero no adelanté nada. Ya había estado en Tiahuanaco y Pumapunku y en el cromlechs de Nabta, en Egipto. Y aunque en los dos primeros pueden hallarse algunas “medidas” (como la raíz de dos que resulta de la diagonal del Templo de Kalasassaya), no tenía otras referencias para aventurarme en los cálculos. Temí que en Keneto fuera lo mismo, sobre todo por la desalineación (¿intencionada?) de uno de sus Menhires. Pero felizmente no era así. Luego descubriría la función ceremonial que desempeñaban los Menhires y esto solo ya me ponía en la pista sobre la envergadura del lugar.


Vista de las plazoletas, con sus Menhires, desde altura


Pero esto se hizo todavía más interesante cuando mi amigo y camarada Eduardo Arancibia me sugirió que el nombre Keneto podía corresponder a una palabra en rúnico (en kalataal). Al principio rechacé tal posibilidad. Pero luego advertí la correspondencia con las formas rúnicas “Ke-Ka” y “Neth-Neto-Noth”. Así, Keneto podía ser Kanoth, un enclave que aparece en la Tradición arkhanen como una de las ciudades de la Tercera Edad (o Edad de la Tercera Luna). Fue entonces que tomamos el camino de Piedra y nos dirigimos a la zona de los petroglifos, donde mis camaradas me adelantaron que podían hallarse mayores evidencias de esta correlación. Particularmente, algunos petroglifos rúnicos, donde puede distinguirse con nitidez una runa “Man”; pero más especialmente el petroglifo de una esvástica. 




Entonces vino lo mayor. Mientras analizábamos los pictogramas grabados en las rocas pude notar que no eran éstas, las rocas, formaciones rocosas habituales. En su mayoría parecían ser rocas trabajadas con formaciones cuadrangulares específicas, del mismo tipo que había visto ya en pumapunku y Tiahuanaco. La casi totalidad de las mismas se hallaban derribadas sobre el cerro, como si caídas desde lo alto. Pero bajo ellas todavía persistía un muro rocoso donde las rocas, cuadrangulares todas, en formaciones de bloque, hallábanse como ensambladas, al estilo de las Pirámides mayores del complejo de Gizeh. Fue allí que advertí que no podía ser esto fruto de una natural agrupación rocosa, sino que las mismas se disponían en bloques porque tuvieron que haber parte de una ciudad. Ello explicaba que el camino de Piedras que pasaba por el Santuario de Menhires se extendiera justo hasta la explanada de rocas con los petroglifos. Así, en el sitio preciso donde los muchos arqueólogos sólo habían visto los “petroglifos”, nosotros habíamos descubierto una antigua ciudad. La corroboración de estas verdades vendría después, cuando nos aplicamos al análisis de todos los materiales recopilados en nuestra expedición. 


Imagen satelital de la Región de Keneto

Antes de continuar quisiera mencionar a todos los camaradas que hicimos el viaje a la región de Keneto, en el valle del Virú. El primero entre ellos Eduardo Arancibia, profesor de física, y camarada amigo de la Sociedad Arkhanen. Junto a él, el arqueólogo Jorge Novoa, experto culturas precolombinas del Perú. También nos acompañó el camarada Luis Valencia y Junto a él, el filólogo Alejandro Bengoa, experto en lenguas germánicas. Con todos ellos me adentré en la región de Keneto y descubrimos la que podría ser Kanoth Ark, el mítico enclave ario-arkhanen de la tercera luna. 

Entre los materiales recopilados en nuestra expedición  yo quisiera mencionar que los hay de cuatro tipos: los que constituyen una evidencia de carácter físico, filológico, arqueológico y arqueométrico. En el primer tipo resalta el análisis preliminar de las piedras y las rocas del lugar, incluyendo los Menhires. Desde el ingreso al valle del Keneto, presidido por dos Menhires que están en el suelo, puede observarse una explanada de pequeñas piedras, del tipo laja, de color rojizo, resquebradizas, como si hubiesen sido expuestas a un calor extremo. Los bloques de rocas que forman lo que hemos identificado como las ruinas de Kanoth ark exhiben el mismo color rojizo, por lo que parecen haber estado expuestas al mismo fenómeno. De otro talante son los Menhires y las rocas que cuadran las plazoletas ceremoniales de Kanoth. Ellas no muestran la misma calcinación de las rocas de Keneto, ni de las infinidad de piedras que tapizan la región. Otro hecho notable es la erosión de las rocas en Kanoth (Keneto), los que sugieren la hipótesis de una erosión por efecto del agua lluvia.  Los bloques de rocas ensamblados, por su parte, parecen exhibir, en algunos de sus extremos, una suerte de derretimiento de las rocas, como si hubieran estado expuestas a un calor extremo. 





En segundo lugar tenemos el análisis filológico de la palabra Keneto. El lugar debe su nombre al cerro Queneto, que preside majestuoso la quebrada hacia el valle, desde el occidente. Ignoramos absolutamente el origen de este nombre, pero sabemos que su data es antigua. Ahora bien, a diferencia de los otros complejos arqueológicos hallados en la región, los que en su mayoría vienen nominados con palabras de indudable origen indígena, Keneto representa una sonoridad distinta y misteriosa. No se trata de un nombre indígena (a lo mucho podría tratarse de una voz indigenizada), sino de una voz muy anterior al poblamiento americano, la que resalta por su asombroso parecido fonético con la palabra “Kanoth”, que describe la ciudad de Kanoth ark en los mitos ario-arkhanen. Volveré sobre esto en la parte final de mi escrito.


Ensamble de los bloques rocosos -
muestra indudable que no se trata de una formación rocosa natural


En tercer lugar, tenemos la impronta arqueológica, según la cual el sitio de Keneto tendría una antigüedad, por lo bajo, entre los 5000 y 8000 años antes de nuestra Era Común. Por lo que sería muy anterior a todas las culturas indígenas conocidas y estudiadas del lugar. No hay, además, evidencia arqueológica de la presencia indígena, como en las huacas de Trujillo, o en Chan Chan; o incluso en los mega asentamientos de Marca Huamachuco o Ouiracocha pampa. El lugar de Keneto parece ser vírgen e incontaminado, respecto de los pueblos y culturas que luego habitaron la región (tal incontaminación no parece apreciarse en Tiahuanaco, Bolivia, desafortunadamente) -incluso, en lo que dice relación con sus pictogramas y petroglifos. Lo que vendría a apoyar nuestra hipótesis todavía más fuertemente.



Junto con las formaciones rocosas naturales
persisten los Bloques rocosos de las ruinas de Kanoth


Por último, presento la que es, a mi juicio, por ahora, la evidencia más patente e incontrarrestable de nuestro hallazgo en Keneto. Trátase de la impronta “arqueométrica” o las “medidas” del lugar, particularmente la de las plazoletas sagradas que cuadran los menhires. Estas se hallan ubicadas mirando respectivamente hacia el este y occidente de la zona. En una inclinación de 20 grados considerando el eje Norte-Sur. La plazoleta Este representa un rectángulo de 43,30 metros de largo por 32,80 metros de ancho. El menhir de esta plazoleta se halla centricamente alineado respecto de los lados ubicados al norte y al sur, a unos 15,90 metros; y separado de la pared occidental a unos 10,40 metros. Desde esa línea hasta la pared oriental hay exactos 32,80 metros. La plazoleta Oeste representa un cuadrado de 26,70 metros en cada una de sus paredes, aunque el lado occidental tiende a deformarse en 20 centímetros formando un ancho de 26,90 metros. El Menhir está ubicado a unos 13,45 metros respecto de sus paredes norte y sur; y a unos 8,15 metros de su pared occidental, lo que le aleja de la pared oriental en unos 18,55 metros. En ambos casos, esto es, en las dos plazoletas, si se traza una diagonal desde el lugar de posicionamiento del Menhir, hasta ambos extremos de las paredes orientales, obtendremos como resultados las raíces de 3 y de 5. Y esto no es todo, pues si se traza la diagonal del cuadrado que forma la plazoleta occidental, obtendremos la raíz de 2; e igual resultado nos dará el cálculo de la diagonal del cuadrado y los cuadrados que se forman, en el espacio interior entre el Menhir y la pared oriental de la Plazoleta Este. Y como si esto no bastara, desde la posición del Menhir es posible formar el famoso triángulo de Pitágoras y la proporción aurea, entre el costado occidental de la plazoleta Este y la diagonal de la misma plazoleta ( en sus dos direcciones) –la proporción Áurea también aparece en los triángulos rectángulos que se forman en la ladera occidental de la plazoleta Oeste. Dicho todo esto, cabe aclarar la importancia de la impronta arqueométrica para comprender a cabalidad la envergadura del descubrimiento. 

Medidas de la Plazoleta Oriental

Hasta el presente la casi totalidad de los investigadores y exploradores –arqueólogos o no– siempre parten, en su análisis de los vestigios de enclaves antediluvianos –y post diluvianos también– del prejuicio funcionalista (el que también podría llamarse, por extensión analógica, “marxista-evolucionista”). Todos parten del hecho que la humanidad anterior fue infinitamente menos desarrollada tecnológicamente que la nuestra; y por lo tanto, que sus edificaciones tenían como función la astronomía, para calcular las épocas de siembra y de cosecha, etc. Cada vez que llegaban a un enclave cualquiera sucedía que tenía que tratarse de un centro astronómico. Así se dijo del Templo de Kalasassaya en Bolivia, de las pirámides en México y Guatemala; e incluso, en Egipto. Pero todo el mundo ignoró la arqueometría, probablemente por desconocimiento y falta de formación iniciática. Estas verdades, guardadas como joyas por la Tradición, hicieron por vez primera su aparición en la Arqueología con ocasión de las “medidas” de la Gran Pirámide, en Gizeh. Entonces se comprobó que su diseño arquitectónico no había sido aleatorio y que todos los números sagrados se hallaban en ella. El primero de ellos en ser descubierto fue el número de oro, PHI, en la relación que une la base del triángulo equilatero del interior de la Pirámide con su apotema. Luego, en función de lo mismo, vendrían a aparecer los otros números. 

Medidas de la Plazoleta Occidental


En la Tradición se enseña a reconocer una obra como anterior a la última luna, por su arqueometría. Cualquiera sea la naturaleza de esta obra (no sólo arqueológica) si están presentes los patrones arqueométricos, se trata de una obra de los dioses. En la Tradición se dice que el cosmos fue creado por Mundelfori con estricto apego a estos patrones; y que, por lo tanto, cuando se trata de producir una obra sagrada, el artista debe reproducir, en su creación, los patrones con los que Mundelfori hizo el mundo. Esos patrones son los números, que en su etimos más antiguo, están relacionados con “medidas” y “proporción” (o lo que en griego antiguo llamaríamos “logos” y “analogos”). La Tradición enseña que fue el sabio Armín (llamado Hermes entre los griegos y Djuty -o Thoth- entre los egipcios) quien reveló estos números a los hombres. Se dice que inició enseñándoles los irracionales de las raíces de 2, 3 y 5… y luego todo el edificio de los números, entre los que se cuentan el número de oro (llamado la media y extrema razón por el griego Euclides) y los números sagrados de Pitágoras, la mónada, la diada, la triada, la tetrada, la tetratkys, etc. Para un iniciado de la Tradición ése es el factor determinante, la Arqueometría. No la cerámica, ni los garabatos dibujados en artefactos de esta naturaleza (todos los cuales, con seguridad, son posteriores y típicos de los pobladores postreros de esta región del mundo). Con esa convicción arremetimos en un análisis arqueométrico del complejo arqueológico de Keneto, particularmente de las plazoletas antes mencionadas. Y para nuestro asombro, como ya fue adelantado más arriba, todas las medidas del origen (significado de la palabra “arqueometría”) estaban presentes en el sagrado Santuario. Si a ello unimos el nombre del lugar, más el análisis físico geológico de las piedras y de las rocas y los petroglifos de runas y esvásticas, queda establecido para nosotros que se halla de un enclave antediluviano, construido y recreado por una raza de hombres que no fueron parte de los pueblos indígenas que poblaron la américa inmediatamente pre-colombina. Quienes fueron los hombres de esta Raza? Con esta pregunta dejo planteada la inquietud sobre la Kanoth Ark, que es a nuestro juicio Keneto, e les introduzco en el tema que desarrollaré en mi próximo artículo.